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50 años de la Revolución de los Claveles, la gesta de los Capitanes de Abril que sepultó el fascismo en Portugal

Las conmemoraciones anuales de aquella insurrección pacífica mantienen vivo el legado de los jóvenes oficiales del Ejército que reclamaban el fin de las guerras coloniales y el restablecimiento de las libertades tras casi medio siglo de dictadura.

Una mujer sostiene un clavel rojo durante una manifestación para conmemorar el aniversario de la Revolución de los Claveles, a 25 de abril de 2021, en Oporto.
Una mujer sostiene un clavel rojo durante una manifestación para conmemorar el aniversario de la Revolución de los Claveles, a 25 de abril de 2021, en Oporto. Rita Franca / AFP

"¡Fascismo nunca mais!". Esa es la consigna más coreada cada 25 de abril en la céntrica Avenida da Liberdade de Lisboa por la que discurre, año tras año, una multitudinaria marcha en recuerdo y reivindicación de la Revolución de los Claveles, aquella pacífica y romántica insurrección comandada –hace ahora medio siglo– por un puñado de jóvenes y valerosos oficiales del Ejército: los legendarios Capitanes de Abril. Una gesta imborrable en el imaginario de los portugueses que sepultó, entre flores y abrazos, la dictadura más longeva de Europa.

Diez minutos antes de las once de la noche del 24 de abril de 1974 sonaba en Rádio Emissores Asssociados una balada que había acabado en última posición en el Festival de Eurovisión: E depois do adeus. Era la primera señal musical que debían escuchar los conjurados del Movimiento Fuerzas Armadas (MFA) para dar inicio a la Operación Fin de Régimen. Hora y media más tarde, ya en la madrugada del 25 de abril, se emitía en Rádio Renascença Grândola, Vila Morena, la popular canción de José Zeca Afonso censurada por la dictadura: "Terra da fraternidade / Grândola, vila morena / en cada rosto, igualdade / o povo é quem mais ordena". Era la llamada definitiva para que las unidades militares sublevadas abandonaran los cuarteles y tomaran los puntos neurálgicos del país. La revolución estaba en marcha.

Al frente de la rebelión se encontraba un grupo de oficiales muy críticos con las guerras coloniales en las que se había enfrascado el régimen en sus territorios de ultramar. António de Oliveira Salazar, el dictador que había fundado en 1932 el Estado Novo tratando de emular a Mussolini, había fallecido en 1970 pero el régimen sobrevivió de la mano de Marcelo Caetano, un miembro del Opus Dei que en la práctica ya gobernaba desde 1968 debido a la debilitada salud del déspota.

El descontento en el seno de las Fuerzas Armadas portuguesas era notorio desde los años 60 por el empeño del régimen en mantener vivo el añejo espíritu del imperialismo lusitano. Las guerras coloniales en Guinea Bissau, Angola y Mozambique sólo deparaban miles de muertos y heridos y un endeudamiento creciente del país. Al ejército habían ingresado a partir de los años 50 jóvenes provenientes de familias de bajos recursos. Muchos de ellos se foguearon en África y aprendieron allí las tácticas de la guerra de guerrillas. Hartos de la política colonial del régimen y de regreso en la metrópoli, se sintieron agraviados por un cambio reglamentario en el Ejército decretado en julio de 1973 que no les favorecía como militares de carrera. Ese malestar despertó su conciencia política. Enviaron notas de protesta al Ministerio de Defensa y decidieron organizarse. Más de un centenar de oficiales se reunieron en septiembre de aquel año en una finca de Monte do Sobral, en el Alentejo. Allí fundaron el Movimiento Fuerzas Armadas, que a la postre sería conocido como el movimiento de los Capitanes de Abril.

Los hombres sin sueño

El cerebro del grupo era el mayor Otelo Saraiva de Carvalho (fallecido en 2021), veterano de guerra en Angola y Guinea Bissau. Lo acompañaban en el Secretariado del MFA, entre otros, Vasco Lourenço (hoy presidente de la Asociación 25 de Abril), Vitor Alves y Ernesto Melo Antunes (encargado de redactar el manifiesto político del movimiento). Para no despertar las sospechas de la PIDE, la temible policía política salazarista, los miembros del MFA decidieron actuar con celeridad. Ya en marzo de 1974 hubo una primera asonada en un cuartel de infantería en Caldas da Rainha, a 90 kilómetros de Lisboa. Mal organizada, fue sofocada por el régimen, pero ese primer fracaso no arredró a los jóvenes militares antifascistas. Sólo tardarían unas semanas en intentarlo de nuevo. Eligen la fecha del 25 de abril. Saraiva de Carvalho y seis oficiales del MFA (los hombres sin sueño, como serán recordados) dirigirán las operaciones desde el cuartel lisboeta de la Pontinha. El factor sorpresa será su gran aliado.

A 80 kilómetros de la Pontinha, en Santarém, sintoniza la radio Fernando José Salgueiro Maia, un capitán de 29 años curtido también en los campos de batalla africanos. Al oír la señal convenida deberá partir con sus hombres y su columna de tanques hacia Lisboa. Si Saraiva y Melo Antunes son los cerebros de la Operación Fin de Régimen, Salgueiro Maia (fallecido en 1992) es el héroe inesperado de la jornada, el oficial sereno y resuelto que se planta ante Caetano para exigirle su rendición. El presidente de facto se había atrincherado junto al núcleo duro de su Gobierno en el edificio de la Guardia Nacional Republicana, en el Largo do Carmo. Esa céntrica plaza lisboeta, atestada de turistas en nuestros días, fue hace 50 años el escenario del principal episodio de la revolución. Allí se había congregado una multitud pese a los llamamientos de los insurgentes a que la ciudadanía permaneciera en sus casas. Maia y sus hombres estaban abrumados. Ante todo, querían evitar un baño de sangre.

A media tarde, Caetano se rinde. Las guarniciones sublevadas han tomado los principales puertos y aeropuertos del país y el régimen dictatorial se desmorona como un castillo de naipes. La revolución ha triunfado. La alegría de la muchedumbre quedará empañada por la muerte de cuatro personas por disparos de agentes de la PIDE durante una manifestación frente a sus dependencias. El capitán del MFA que debía tomar por la mañana el edificio no se sumó finalmente al plan de operaciones magistralmente diseñado por Saraiva de Carvalho.

Claveles para todos

La fiesta revolucionaria de esas 24 horas de vértigo será recordada por la comunión entre los militares antifascistas y el pueblo portugués. Toda revolución precisa de símbolos. El clavel se convirtió en el emblema del 25 de Abril por casualidad. La historia es conocida. La camarera Celeste Caeiro se había llevado unas flores de camino a su casa y al encontrarse con uno de los soldados en el Chiado le regaló un clavel rojo. El militar, que no le había pedido a Celeste la flor sino un cigarrillo, colocó el clavel en el cañón de su fusil y ese gesto fue repitiéndose a lo largo del día. La revolución ya tenía nombre.

El Movimiento Fuerzas Armadas se presentó ante los portugueses por televisión en las primeras horas del día 26. Al frente de la Junta de Salvación Nacional estaba el general António de Spínola, quien había sido destituido como subjefe del Estado Mayor de la Defensa dos meses antes tras haber publicado el libro Portugal y el futuro, en el que proponía una solución política para las colonias. El Estado Novo salazarista pasaba a mejor vida. Se restablecerían las libertades públicas en Portugal y comenzaría el proceso de descolonización en ultramar. Saraiva y otros militares del MFA formaron parte de un Gobierno provisional en el que también figuraban socialistas (Mario Soares), comunistas (Alvaro Cunhal) y liberales (Francisco Sá Carneiro).

El proceso de la discordia

El proceso revolucionario que se inició entonces fue mucho más convulso y menos romántico que aquella primera jornada de libertad. Portugal vivió una tensión social y política constante durante 19 meses, mientras se sucedían los gobiernos, las manifestaciones y los ruidos de sables. Spínola dimitiría en septiembre de 1974 tras quedar al descubierto sus veleidades golpistas antirrevolucionarias. Saraiva de Carvalho pasaría varios meses en prisión a comienzos de 1976, acusado de instigar una fallida sublevación de militares de izquierdas en noviembre de 1975. La evolución ideológica del cabecilla del 25 de abril fue tan acelerada como los propios acontecimientos. Pasó de mantener posiciones socialdemócratas a defender ideas revolucionarias que no eran las predominantes en la heterogénea coalición gobernante. A mediados de los años 80 fue condenado a 18 años de prisión por su relación con el grupo armado Fuerzas Populares-25 de Abril, una acusación que Saraiva siempre negó. Cumplió cinco años en la cárcel y más tarde sería amnistiado por iniciativa del presidente Mario Soares. Gran estratega militar, al ideólogo de la Revolución de los Claveles no le fue tan bien en la arena política. Fue candidato presidencial en dos ocasiones (1976 y 1980) y en ambas salió escaldado.

Con el tiempo, los aguerridos Capitanes de Abril serían marginados por las instituciones y el poder político. Pero su legado pervive medio siglo después. La memoria democrática en Portugal cuenta desde 2015 con un espacio físico para que no se olvide nunca la larga noche salazarista. El Museo del Aljube Resistência e Liberdade ha resignificado un antiguo centro penitenciario de la policía política ubicado junto a la Catedral de Sé. Con motivo del 50º aniversario de la Revolución de los Claveles acaba de inaugurarse allí la exposición 25 de Abril, sempre!, un ejemplo más de que la memoria es también una forma de luchar contra el fascismo.

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